Todos lo hemos hecho alguna vez. Si alguien estornuda, automáticamente alguien contesta "¡Jesús!". Y si el otro es educado, le responderá con un agradecimiento. Sin embargo, casi nadie tiene idea de por qué decir "¡Jesús!" o agradecer que te lo digan, algo normal ya que carece de sentido. Pero esta costumbre viene ya de hace varios siglos, cuando sí que lo tenía.
Del estornudo bien se podría escribir un libro, ya que el fuerte ataque que nos produce estornudar dio pie a multitud de mitos y supersticiones en la antigüedad, como la creencia muy generalizada de que el estornudo era el alma escapando de tu cuerpo. El mito que da origen a la costumbre de decir Jesús proviene de la antigua Grecia.
Los griegos y egipcios creían que los estornudos eran una advertencia divina. Se consideraban buenos si eran por la tarde, malos por la mañana y terribles si acababas de despertar. Además, te aguardaba un futuro negro si estornudabas hacia la izquierda y próspero si era a la derecha. Con esta creencia, surgen las contestaciones "¡Vivid!" y "¡Que Júpiter te conserve!" para quien recibe la advertencia de los dioses.
Llegada la Edad Media, los primeros cristianos de la península cambiaron a Júpiter (dios pagano) por Jesús. La razón por la cual sobrevivió tantos años se debe a las enfermedades que diezmaron Europa como la peste. Como el estornudo era síntoma de comienzo de enfermedad, la expresión se empleó ahora como el deseo positivo de que dios le protegiera.
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